Recibir la vida de Dios en el nuevo nacimiento es el punto de arranque del andar en Cristo, un mínimo absoluto para un creyente. Los que aún no han creído en la muerte del Señor Jesús ni han recibido la vida sobrenatural (que no pueden poseer de modo natural) están muertos a los ojos de Dios, por muy religiosos, morales, eruditos o celosos que puedan ser. Quienes no tiene la vida de Dios están muertos (Ibid. p. 64)
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